Al borde de la hora de comer he vencido mi felipismo, he encendido el móvil (después de varios días de estrategia de ocultación, que ha funcionado a ratos, es lo que pasa por poner tener fijo), y he llamado al hormiguero. El objeto de la llamada era saber a qué hora tengo que ir el lunes, un dato casi imprescindible. La señorita Topisto ha interceptado mi llamada y ha intentado echarme algo parecido a un rapapolvo, pero lo he esquivado bien, zas, zas, y por fin, a trevés del hilo telefónico, he llegado a mi destino, M. (que necesita un nombre también porque durante este curso será la encargada de supervisarme o como se llame). M. me ha comunicado que el lunes tengo que esar allí a las 17:30h. Así que este curso es por la tarde. Eso quiere decir que me voy a ahorrar los madrugones que tan bien me sentaban, y que aunque voy a pasar más tiempo desplazándome, mi convaleciente (hay que escoger una palabra) chasis lo agradecerá.
He visto en las noticias que han desmantelado una red de buscadores de tesoros. Yo no me sentiría orgullosa de eso, así que he desconectado y he preferido dedicarme a pensar (acompañada por el recuerdo de las fotos de un libro que trata de navíos hundidos, y cofres llenos de oro y piedras preciosas) que buscador de tesoros es una profesión romántica.
Y entre la llamada y la noticia, me dí una ducha y me sentí como nueva (*)
adj. Recién hecho o fabricado.
adj. Que se ve o se oye por primera vez.
adj. Repetido o reiterado para renovarlo.
adj. Distinto o diferente de lo que antes había o se tenía aprendido. adj. Que sobreviene o se añade a algo que había antes.