Entonces apenas me erguía medio metro sobre el nivel del suelo.
A veces, antes de salir, cuando mi madre estaba lista y me buscaba para irnos, yo no aparecía.
Me llamaba y seguía sin aparecer, ya hacía tan poco ruido que me resultaba fácil estar escondida. Al final miraba detrás de las cortinas del salón y ahí estaba yo en cuclillas, esperando.
Me preguntaba, yo no decía nada, que qué me pasaba, y yo no decía nada. Entonces empezaba a darme opciones, ¨que me ponías negra, hija¨, te pasa esto, aquello, lo otro, y yo iba diciendo sí o no, ¨que parece que querías que lo adivinara¨, ¨y ya por fin acertaba, y siempre era que no querías salir porque no te gustaba la ropa que te había puesto¨, y me cambiaba, ¨qué paciencia¨.
No me puedo creer que me parezca todavía tanto a mí misma. Que ya sé que es un error fatal, pero no puedo evitar esperar que los que más quiero me lean el pensamiento.
A veces me siento en cuclillas y me dicen que si no estoy incómoda, y yo digo que no, que al revés, pero me da la impresión de que no se lo creen del todo.