unas veces las cosas son lo que parecen y otras veces no

Si ibas sintiéndote un peligro público, as de la velocidad, un aquí estoy yo a cuarenta por hora y notabas un tironcillo y una especie de desmayo, carburador sucio. Nunca aprendí a limpiarlo, eso era para expertos. Cuando sonaban unas pequeñas explosiones (el sustantivo más grande que el ruido), tubo de escape atascado, llevabas la moto al taller para que lo desatascaran, o lo cambiaran por uno nuevo. Si ignorabas la lucecita de la reserva y se paraba con un ruido como de no poder más, te habías quedado sin gasolina, entonces podías soplar con la boca en el depósito y de paso inhalar unos cuantos gases tóxicos, y luego intentar arrancar y llegar hasta la gasolinera.
Y así, haciendo tratos con la maquinaria, pasaba el tiempo, y un día, parecía que ya no arrancaba más. El motor. Cuando el mecánico decía "el motor", moviendo la cabeza, había que tomar una decisión. "Ya no va a tirar más de lo que tira, si quieres puedo limpiarlo todo a ver si aguanta bien, pero cuando empiezan así..." Y entonces éramos teenagers y no estábamos tan curtidos por las series de hospitales, y los mecánicos no tenían formación específica para atenuar el golpe usando palabras más suaves, y todo lo decían moviendo la cabeza, que en lenguaje universal de los talleres, los hospitales, los juzgados, los colegios y los servicios técnicos quiere decir malas noticias. Y decidías. "Sí, límpialo a ver, yo creo que irá bien, tampoco necesito que corra tanto". Y eso era verdad. Y cuando ibas a recogerlo y volvías a casa a cuarenta por hora, o a treinta, o a veinte, sentada en ese sillín que a veces era tan incómodo, y a veces echabas tanto de menos, te parecía que nada podría ser mejor que tener las manos sobre los frenos e ir a donde quisieras ir. O a donde pudieras.
Y también estaban los que pensaban que ya estaba bien y que total, ya había durado bastante.
Había que tener suerte, porque te podía tocar una moto que generaba problemas desde el primer día, ni te daba tiempo de cogerles cariño y ya te estaban fallando. Y había que tener ganas, porque siempre se corría el peligro de acostumbrarte a prescindir de ella tan rápido como te acostumbraste a arrancar y frenar.
7 Comments:
Qué bien lo cuentas todo. Yo también tuve una vespino roja, ya sabes, y ahora la echo de menos mucho.
22 enero, 2007 23:04
Pues yo nunca he tenido motocicleta alguna, el último vehículo con dos ruedas que tuve fue mi orbea rosa con cesta y todo, que es que no se puede ser más cursi. Pero mira, aún así, me ha entrado añoranza de vespino al leerte. Cualidades que tienes, flor.
23 enero, 2007 10:23
Yo tuve una escúter plateada [verano] y un autobús verde y un vagón de metro [invierno] en aquellos años en los que las estaciones del idem hacían honor a su nombre.
Después tuve un coche que fue emocionante durante algún tiempo, pero que ahora no uso apenas porque he vuelto al autobús verde y al vagón. En voz alta lo llamo comodidad, pero [y esto es un secreto] en realidad se trata de otra cosa.
Y aun a riesgo de desentonar en un blog tan exquisito como éste, te voy a llamar cabrona por desempolvar nostalgias.
Cabrona.
:__
23 enero, 2007 10:53
marca: gracias.
vilipendia: orbea rosa con cesta, ¿y lazos en el pelo? Qué razón tienes en lo de las cualidades.
memen: el riesgo que se corre al contar secretos es que igual te preguntan, ¿y si no es comodidad...?
Sobre la exquisitez de este blog no me voy a pronunciar. Y mira, hacía tiempo que no me llamaban cabrona, el otro día cabrona-za, que es casi lo mismo, pero en más. Te llevas la exclusiva, fíjate.
23 enero, 2007 12:51
Querida amiga:
Hoy estoy aquí para pedirte que entres en el enlace al que vinculo este comentario para participar en un post que no deseo escribir yo sola. Te lo pido a ti y se lo pido a todas las personas que están leyendo este comentario. Corred la voz, decídselo a vuestros contactos, nos tienen que escuchar… ¡Os veo en La Letra Escarlata, gracias!
23 enero, 2007 19:33
Hola nadadora. He recordado mi moto de color amarillo. La mía era una piaggio, de esas que llevaban rueda grande y que se podía dejar el casco debajo del sillín en un pequeño maletero. Un día, volviendo del instituto, empezó a nevar.
Tienes muy buen gusto escribiendo.
29 enero, 2007 23:06
Me acuerdo de esas motos amarillas, los que sacaban el casco de debajo del sillín parecía que sabían más cosas que el resto.
Tu también.
30 enero, 2007 10:38
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