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...tal como han hecho desde tiempos inmemoriales los jóvenes sometidos a presión, decidieron tumbarse un rato y perder el tiempo.

miércoles, agosto 08, 2007

la importancia de los determinantes

Mi abuela tenía tres hermanas, Ángela, Nina y Teresa. Pero en realidad no se llamaban así. Se llamaban laÁngela, laNina, y Teresa. Y esto era así, y todos los miembros de la familia usaban la misma nomenclatura sin haber llegado nunca a un acuerdo previo.
Un día, pronto, armaré la historia de laNina y la contaré. Fue taquillera en el cine.

martes, agosto 07, 2007

por algo agostar significará lo que significa

Organizar un miniapocalipsis en agosto es una tarea tan ardua que se antoja imposible. El calor, los telediarios tan cansinos, tanta pobre gente de vacaciones intentando descansar con todos sus fuerzas.
Sobre todo porque la sola idea del miniapocalipsis desprende bastante calor, y hacen falta menos de 25 grados para sacarla adelante sin perder el resuello. Y porque digan lo que digan los reportajes que no paran de enseñar turistas triscando por las playas y dando vueltas por el mundo, el calor no favorece la actividad.
En fin, que tengo un miniapocalipsis en mi interior que abarca todos los continentes y que tiene un casting más largo que el de Melrose Place. A ver qué cuerpo aguanta eso.

lunes, julio 23, 2007

los Emmy y Mariska

Por lo que leo por ahí y por allá, la gente está que trina con las nominaciones. Y yo lo iba a dejar pasar, pero después de ver la lista entera, enterita, hay algunas cosas que tengo que decir.
No puedo entender ni una sola de las nominaciones a una serie tan penosa y cutre como Dos hombres y medio.
Tampoco entiendo que T.R. Knight esté, si por alguna epidemia de locarismo entre los votantes, ganara, sólo espero que al bajar del escenario Sara Ramírez le diera dos bofetones a ver si le cambia la cara de lerdo.
Menos mal que para paliar tanta oleada de mediocridad, están en la lista mis nunca lo suficientemente amadas Elisabeth Perkins (con la que este fin de semana he tenido tres encuentros en la tercera fase, comedia de los ochenta, telefilme del 2001 y la inconmensurable Celia Hodes de Weeds, que no han hecho más que reafirmarme en lo que ya pensaba, lo buena actriz y lo guapa que es, y el arrollador sex appeal que desprende), Rachel Griffiths (que aunque me inquieta un poco qué van a hacer con su personajes en Cinco hermanos, podría hacer de estatua sedente y a mí me gustaría igual), Jaime Pressly (que hace mejor que nadie de enérgumena manipuladora con un difuso concepto de lo que es cometer un delito) y Marie-Louise Parker (qué voy a decir de ella a estas alturas,sólo que el otro dia la vi en un cara a cara con Stockard Channing en El ala oeste de la Casa Blanca y me dieron ganas de abrazar la pantalla).

Y otra nominación que me hace feliz es la de Neil Patrick Harris, Barney Stinson, uno de los mejores personajes del año.

Y ahora vamos con el asunto Mariska Hargitay. Con todo el amor que le profeso a las tramas retorcidas y enfermizas de Ley y orden: Unidad de Víctimas Especiales, y al incesante desfile de actores conocidos, lo de las nominaciones de Mariska no lo entiendo. ¿Por qué no nominan tanto a su compañero Meloni?
Y para demostrar que aunque no lo entienda lo tengo asumido, una prueba: el martes cinco de diciembre de 2006, busqué una foto de Mariska, la caractericé a lo Fu Manchú y redacté un pie de foto para mi obra que dice así: Mariska al salir de su último taller de interpretación para ganadoras de Emmy. ¡A por el segundo!
¿Qué qué clase de persona hace una cosa tan absurda?
No sé, pero cuando vi la lista de las nominaciones y más tarde me acordé de la foto, me reí mucho.

viernes, julio 20, 2007

la isla del tesoro

Una de las tantas cosas que más me gustan es preguntarle a mi madre por las cosas que hacíamos cuando éramos pequeños. Ya sé casi todo lo que va a contestar, pero hago tantas preguntas y soy tan insistente que casi siempre consigo algún dato nuevo.
¿Tardaba mucho en dormirme? ¿Quién tardaba más de los tres? Y en realidad la que daba más trabajo era yo. Mi hermana pedía que le pusieran en la mano la etiqueta de su manta y se quedaba dormida acariciándola, y mi hermano desplegaba bastante actividad durante el día como para quedarse dormido sin más. Y yo, cuando tenía nueve meses, todavía estaba sola en mi puesto de hija y por lo tanto no era la hermana mayor de nadie, el moisés se me quedó pequeño y me pasaron a mi cama de persona mayor en mi habitación individual.
Desde entonces pedía cuentos. Mi madre se tumbaba a mi lado en la cama y contaba y contaba. ¿Y entonces me dormía? A veces se dormía ella antes que yo.
Y me gusta pensar que mientras ella dormía con el sueño de los justos y agotados, yo me quedaba dándole vueltas en mi pequeño cerebro a las palabras y a los sonidos hasta que el sueño me vencía a mí también.
Igual que me gusta recordarme cuando era un poco mayor y amontonaba una pila altísima de cuentos y tebeos en la mesilla, y mi madre se ocupaba se bajar unos cuantos al suelo para que no se me cayeran encima durante la noche. Y era lo primero que miraba al despertarme, como quien mira el baúl del tesoro rebosante de monedas del oro más brillante y gemas valiosísimas.
Igual que me gusta pensar que soy la misma que pedía cuentos, porque las veces que he sido más feliz en mi vida siempre han tenido que ver con ir encontrando a quien tuviera ganas de escuchar historias, de contármelas, y de hacer preguntas. Y cada vez, el baúl del tesoro vuelve a aparecer.

jueves, julio 19, 2007

maleficio

Estos últimos días he vivido acompañada de una diabólica, maléfica, dolorosa y persistente afección.
El otro día decía: yo esto no se lo deseo ni a mi peor enemigo (caso de tener un peor enemigo).
Pero es lo que tiene la resistencia asediada, que se va debilitando, y anoche, mientras tenía visiones y fantasías (algunas de las cuales espero que se cumplan) potenciadas por la ingesta de antiinflamatorios y relejantes musculares, me acordé de aquel libro de Stephen King en el que un inquietante gitano señalaba a un hombre con su dedo sarmentoso y decía: más delgado. Y a partir de ese momento el maldecido iba adelgazando y adelgazando sin poder parar el proceso y sin pasar siquiera por el infierno de la anorexia. Y me imaginé a mí misma apuntando con mi dedo a algún energúmeno que no despega la mano del claxon de su coche, o a la que se te cuela en la cola del Mercadona y encima te mira con cara de perro, o a cualquiera que sea mezquino pudiendo ser amable, y diciendo: sacroilitis.