lo importante
Hace unos años, por unos avatares y unas decisiones e indecisiones, me encontré viviendo en Santiago de Compostela. El año que pasé allí daría para contar muchas cosas: cómo fui cocinera antes que fraile, cómo aprendí que hay gente que es rígida por fuera y rígida por dentro, cómo constaté que el miedo y yo somos incompatibles, cómo me enseñaron que querer no es poder, sobre todo porque a veces el primer verbo está vacío de significado... pero hoy voy a contar lo importante.
Era el día siguiente al de mi cumpleaños, llovía, llovía mucho. Y yo estaba contenta. Por la mañana ví en el periódico que esa tarde le entregaban un premio a Carmen Martín Gaite en un instituto de la ciudad.
A partir de ahí, la intranquilidad. Decidir que iba a ir fue fácil, pero no tranquilizador. Iba a ir sola, porque esas cosas hay que hacerlas entre desconocidos.
Cuando se acercaba la hora me acerqué al instituto. No recuerdo cómo entré, recuerdo estar en un salón amueblado de forma señorial y lleno de periodistas. Me senté en una silla de la última fila, una chica me detectó y se sentó a mi lado. Hablamos un poco y me dijo: luego vamos a buscarla. Y yo asentí. El resto fue como dejarte llevar cogida de la mano. Entramos en un despacho y allí estaba. También estaba Jorge Herralde, que nos miró como quien no nos ve.
Hubo unos momentos de sorpresa, pero mi guía enseguida se acercó a la mesa y le dio a Carmen una placa de su facultad o algo así.
Y yo ahí, esperando mi turno con la cara de un color que según mis sensores térmicos debía estar más cerca ya del granate que del rosa. Y ya me tocaba decir algo. Abrí el bolso y saqué un libro para dárselo por no fumar o pedir algo de beber. Y se quedó con el libro en la mano. Entonces le dije: felicidades. Gracias, dijo ella. Ayer también fue mi cumpleaños, mi turno. Qué curioso, felicidades, también era el cumpleaños de Concha Piquer. Y el de Kim Basinger, concluí. Es sorprendente como nunca puedo escapar de mí misma por más impresionada que esté por las circunstancias.
Estuvo buscando un bolígrafo para dedicarme el libro, porque por supuesto yo no llevaba, mientras, hablamos de mi pueblo, que es casi un personaje en una de sus novelas, y aproveché para decirle que ese libro que me iba a firmar era para mí como la biblia para un católico. Me dio las gracias y dijo: qué curioso que hayas traído este libro. Y yo tenía ganas de llorar y de explicarle que de verdad creo que somos lo que nos contamos unos a otros y a nosotros mismos, que entiendo ese amor por las historias contadas, que me duele como si me pellizcaran cuando oigo, veo o leo la desgana, y que mientras nos expliquemos, estamos vivos.
Al final apareció un bolígrafo rojo, y nos pareció bien.
Ese mismo año, en verano, estaba sola en casa de mi hermana, las noticias dijeron que ya no estaría más. Y lloré de pie como se llora por alguien que ya no te va a contar historias nuevas.
Era el día siguiente al de mi cumpleaños, llovía, llovía mucho. Y yo estaba contenta. Por la mañana ví en el periódico que esa tarde le entregaban un premio a Carmen Martín Gaite en un instituto de la ciudad.
A partir de ahí, la intranquilidad. Decidir que iba a ir fue fácil, pero no tranquilizador. Iba a ir sola, porque esas cosas hay que hacerlas entre desconocidos.
Cuando se acercaba la hora me acerqué al instituto. No recuerdo cómo entré, recuerdo estar en un salón amueblado de forma señorial y lleno de periodistas. Me senté en una silla de la última fila, una chica me detectó y se sentó a mi lado. Hablamos un poco y me dijo: luego vamos a buscarla. Y yo asentí. El resto fue como dejarte llevar cogida de la mano. Entramos en un despacho y allí estaba. También estaba Jorge Herralde, que nos miró como quien no nos ve.
Hubo unos momentos de sorpresa, pero mi guía enseguida se acercó a la mesa y le dio a Carmen una placa de su facultad o algo así.
Y yo ahí, esperando mi turno con la cara de un color que según mis sensores térmicos debía estar más cerca ya del granate que del rosa. Y ya me tocaba decir algo. Abrí el bolso y saqué un libro para dárselo por no fumar o pedir algo de beber. Y se quedó con el libro en la mano. Entonces le dije: felicidades. Gracias, dijo ella. Ayer también fue mi cumpleaños, mi turno. Qué curioso, felicidades, también era el cumpleaños de Concha Piquer. Y el de Kim Basinger, concluí. Es sorprendente como nunca puedo escapar de mí misma por más impresionada que esté por las circunstancias.
Estuvo buscando un bolígrafo para dedicarme el libro, porque por supuesto yo no llevaba, mientras, hablamos de mi pueblo, que es casi un personaje en una de sus novelas, y aproveché para decirle que ese libro que me iba a firmar era para mí como la biblia para un católico. Me dio las gracias y dijo: qué curioso que hayas traído este libro. Y yo tenía ganas de llorar y de explicarle que de verdad creo que somos lo que nos contamos unos a otros y a nosotros mismos, que entiendo ese amor por las historias contadas, que me duele como si me pellizcaran cuando oigo, veo o leo la desgana, y que mientras nos expliquemos, estamos vivos.
Al final apareció un bolígrafo rojo, y nos pareció bien.
Ese mismo año, en verano, estaba sola en casa de mi hermana, las noticias dijeron que ya no estaría más. Y lloré de pie como se llora por alguien que ya no te va a contar historias nuevas.
15 Comments:
Yo pasaba por aquí a alegrarme por lo del Sevilla, por razones sociopólitica o por el mero golazo y me encuentro esto y es como si me presentase en chandal a la fiesta del embajador.
Como no se que decir me alejaré caminando hacia atras y haciendo cucamonas.
28 abril, 2006 00:08
Quizá sea por recuerdos similares, por la hora, por la "buena" música que escucho ahora o porque la añoranza siempre me ha parecido muy tierna, o por la forma de escribirlo o porque sí, pero... que bonito.
(y yo presentándome ya no en chándal si no en pijama)
28 abril, 2006 00:32
....mejor no digo nada...porque aún estoy pasmada y/o fascinada.
28 abril, 2006 06:03
Qué bonito, de verdad.
¿Qué libro es ese, si a bien tienes?
28 abril, 2006 09:29
manga ranglán: te creerás que el rato que escribía escuchaba el partido por la radio. Así que el chandalismo es perfectamente compatible con lo otro (sea lo que sea). Es hasta necesaria la compatibilidad, diría yo. Que luego se llena el mundo de poetisas languidecientes, y no.
siquis: gracias, en pijama te lo digo.
sunny: qué cosas.
vilipendia: El cuento de nunca acabar, es.
(Y gracias).
28 abril, 2006 10:23
Gracias a ti (ya estamos, je). Ya te diré cuando lo lea.
Estaba pensando que hay que ver qué lloronas estamos ¿no? (bueno, tú estuviste, pero acordarse cuenta como llorar un poco, creo yo)
28 abril, 2006 10:41
La edición que yo tengo tiene unas ilustraciones muy bonitas (al o mejor no es esa la palabra, pero cuenta como guay) de Francisco Nieva. Te enseño alguna.
Pues sí que estamos lloronas, pero repito, que hay clases, y no todos los lloros son igual de lloros ni tienen la misma magnificencia. Y siempre nos queda la ironía.
28 abril, 2006 10:46
A veces llorar es guay, cuando lloras como de pequeña, con desesperación y luego te tomas un cacao caliente y te quedas genial. Como el cielo después de esas tormentas de granizos gigantes
Para mi la ironia y el sarcasmo (ese gran olvidado) son como el aceite y la sal, sin ellos no se puede hacer nada.
28 abril, 2006 10:54
Razón tienes. El único llanto que no es reconstituyente es el rabioso, creo, sobre todo porque tienes que tragártelo y tragar sin querer suele sentar mal.
Imprescindibles son. Si la ironía tiene mala fama, el sarcasmo ya ni te cuento. Y lo peor es cuando no los identifican bien. Si es que cualquiera dice: yo soy irónico, y se queda tan pancho.
28 abril, 2006 11:01
Sí, el "soy irónico" es como el "tengo sentido del humor" o el "soy tolerante": JA!
(Si tragas sin querer salen pupas en la boca)
28 abril, 2006 11:54
Justo.
(Y cosas peores en otros sitios).
28 abril, 2006 12:02
Pantys bajados... alehop... ¿me los pongo ahora sobre la cabeza? No sería la primera vez, advierto, en presencia de otros y, sobretodo, del alcohol.
28 abril, 2006 17:24
Lo de la cabeza para la próxima. Tanta ropa interior sobre las cabezas en presencia del alcohol... quien no lo haya hecho no sabe lo que se pierde.
28 abril, 2006 21:30
Yo vi un día a Carmen Martín Gaite cerca de Sol, al otro lado de un paso de peatones. Pensé en decirle que me esperase, que me iba en un momentito a la FNAC a por "Las Ataduras" para que me lo firmase. Pero el semáforo se puso en verde antes de que mi yo arrojado inmovilizase a mi yo tímido, y nos cruzamos. Recuerdo muchas veces ese (no)encuentro. (Casualidad: Yo estudié en el instituto del premio)
29 abril, 2006 13:26
Supongo que me habría pasado lo mismo en un encuentro fortuito, y me acordaría a menudo de lo que pude haber hecho.
(Qué curioso lo del instituto)
29 abril, 2006 19:34
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