incisivo análisis de la jornada electoral

Lo mejor, votar por la mañana y luego huir de la sofoquina democrática. Y ayer, la salida, en estos tiempos de cantidades y distancias relativas, estuvo a menos de cincuenta kilómetros de casa.

Es una suerte no ser la que conduce, alcoholímetros aparte, porque te puedes concentrar en la interpretación musical, pero ser la que conduce y cantar a la vez es más digno de admiración, lo sé. Goldfinger nos salió bastante bien.

Y fuimos a dar aquí.

Un bello restaurante italiano con huerto, arroyo y pinzas de las de tender la ropa. Ensalada, pizza y lasaña de langostinos.

Y una sorpresa memorable en forma de vendedor de dulces en furgonetilla, en la que encontré paquetes y más paquetes de unos ejemplares que no veía desde hacía por lo menos ocho años. Casi entro en fibrilación ventricular. Esta mañana he desayunado el primero.

Luego fuimos a tomar algo líquido a un sitio desde donde se veía todo lo que aparece en las imágenes de arriba, excepto el pie que aparece al final de esa pierna, que es mío y lo puse yo un poco más tarde, porque, ¿que sería de una jornada electoral sin un poco de exhibicionismo?

El camino de vuelta escuchando el Carrusel Deportivo y viviendo en directo el gol del Celta.

Más tarde, eso de los resultados había perdido importancia. Y al final la sofoquina no fue para tanto.

Para que digan que los domingos son deprimentes.